domingo, 20 de septiembre de 2015

La vaca

Érase una vez, en un planeta muy lejano, incluso más lejano que el imaginado por Lowe, Searle y sus secuaces, un reino habitado íntegramente por vacas. Estas, se caracterizaban por tener cerebros, estados mentales y una enorme cantidad de productos culturales (tales como instituciones familiares, Estado, religión y ciencia). Un buen día, el profesor Aberdeen Angus, de la U.N.C. (Universidad No Carnívora) presentó en su clase habitual de neurofisiología de la vaca, un cerebro de homínido para ser diseccionado y analizado bajo el microscopio. El renombrado sabio, sin embargo, se percató con cierta perplejidad, de que parte de su manada de alumnos no compartía este método pedagógico; mientras que el resto del rebaño deseaba con fruición participar del voyeurismo científico que implicaba mirar a través de la lente.
Siguiendo una milenaria costumbre del reino (de 1983 a la fecha) se procedió a debatir públicamente la cuestión en todos sus matices. Se convocó entonces a un Concilio Vacuno II para fijar cuestiones de ortodoxia científica. Hicieron acto de presencia los cuadrúpedos más renombrados de la galaxia.
La primera en tomar la palabra fue la vaca estudiosa de la Universidad de Humahuaca.
-En mmmmmmi opinión –dijo la profesional- mmmmmmuuuuuuuuu(chos) avances de nuestra disciplina se los debemos al estudio de los cerebros de animales inferiores, como los humanos.
-¡Totalmente cierto! –agregó entusiasmada la vaca de Milka. Los avances en genética me permitieron salir de un monótono blanco y negro epidérmico; y ello gracias al análisis de tejidos celulares de homínidos y sus parientes, las amebas ¡Sino, diganmé con la pezuña en el corazón, si este tono violáceo no me queda divino! ¡Apoyemos la pluralidad cromática!
-Con todo respeto, debo disentir con lo dicho por las compañeras –dijo con gravedad la dirigente Vaca Narvaja, del Movimiento Ungulado Ultrabovino Unificado (MUUU). Creo que los métodos de investigación actuales se hallan determinados por las fuerzas del capitalismo y del mercado (de Liniers). ¡Pero si tomamos conciencia de clase vacuna, podremos darnos cuenta de que otros métodos son posibles, revolucionando así el conocimiento sin apoderarnos de la plusvalía neuronal del homínido! ¡Ubres del mundo, uníos!
La arenga causó un festivo apoyo con bombos y mugidos del movimiento defensor de derechos humanos que se hallaba en el recinto. “Soy una vaca hindú y me niego a comerme a los humanos o usarlos para experimentación: ¡son sagrados!”, dijo una de las activistas.
-¡Pero por favor! –increpó una vaca vaquera ¡Si el día de mañana mi paciente es una vaca loca con una alteración completa de sus neurotransmisores, no va a haber vuelta que darle: necesito conocer de neurología para dar un buen diagnóstico!
Indiferentes al fervor del Concilio, algunas vaquillonas que habían asistido más por compromiso que por convicción, divagaban en trivialidades tales como pasarse recetas de ravioles con sesos y lóbulos a la valenciana; o bien, recordaban la escalofriante escena de la película Hanníbal, en donde la desquiciada e intelectual vaca antropófaga, mira detrás de un vidrio blindado a la sensual detective Clarisse Sterling, con libidinosos deseos de convertirla en asado.
Finalmente, luego de pasar a un cuarto trasero intermedio, se llegó a una conclusión: “el cerebro humano sólo será utilizado para fines científicos, de avance del conocimiento o de progreso moral para el planeta… el día que las vacas vuelen. Mientras tanto, únicamente se lo empleará para llevar el sombrero”.
Si bien la solución se apoyaba sobre la endeble esperanza de que vengan tiempos de vacas gordas y aladas, ese anhelo no será jamás abandonado por cualquier ser deseoso de vivir en un mundo mejor.

[Extraído de “Fábulas inverosímiles para niños y psicólogos”, editorial “Pulgar oponible”, del Dr. en Alpedología, Alvar Nuñez cabeza de Hereford].

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