domingo, 20 de septiembre de 2015

Tiempo

Tempus edax
remun.


El tiempo que destruye todas las
cosas. Asi como Cronos devoraba a sus hijos para no ocupar su lugar solamente
Zeus pudo resolver el dilema de hombre. El ocupar el lugar del tiempo sabiendo
que es un demonio es solo de Dios mismo.


Se recuerda
un verso, diríase que olvidadamente bello -dichosamente bello- de Dante Gabriel
Rossetti: un verso tópico y saludable, previsto y cotidiano, nada atemorizador
y, sin embargo, leve y estremecido.


“Sí. Volvió a girar la rueda del año mudadizo: volvió a crujir, sobre
el paso de rosca de nuestra osamenta, el isócrono taladrar del tornillo del
tiempo.


Se marca un ocho -desde ahora- donde antes se escribía un siete: en el
mismo lugar; con idéntico mínimo esfuerzo; con igual hastiada y amarga
resignación.


Y pasan días sin que pase nada,


y todo queda pues que pasa todo.”


Unamuno, al
escribir su Romancero del destierro, sufrió en las últimas e inapelables
carnes del alma la hiriente prueba de ver que, contra todos los pronósticos, el
tiempo no pasa. El tiempo se renueva, eternamente nutrido de su propio ser, de
su esencial substancia. Los que pasamos -indefectiblemente y sin remisión-
somos nosotros. Tempus edax rerum, nos dejó Ovidio, el tiempo todo lo
devora: y en este todo, ¿por qué no confesárnoslo, si la ocasión -que suelen
pintar calva- se presenta?, nosotros estamos abarcados: de hoz y coz.


Es triste,
muy triste, ver llegar un año, ver nacer un niño, ver florecer un rosal. Quizás
se nos haya educado en el contrario - y más amable- pensamiento: es muy
alegre ver romper un año, ver respirar un niño por vez primera, ver
abrirse la fragante rosa. Pero debemos razonar - leyendo en el más hondo y
diáfano pozo de nuestra conciencia- con una insobornable honestidad: es
doloroso sentir llegar un año que se marchará sin que nadie lo detenga; oír
nacer un niño que, a lo mejor, viejo ya y cansado, se morirá sin que nada lo
evite; oler cómo la rosa estrena su efímera lozanía.

El calendario se inventó para que nos diésemos, en todo momento, cuenta
de nuestra interinidad, de nuestra congénita fragilidad. Dios no tiene reloj ni
mira el calendario. Tasa de la vida, llamó Tirso al reloj. La vida de Dios que,
a diferencia de la nuestra, no tiene tasa, no precisa de las horas ni de los
días: esos minúsculos lancetazos con que la vida nos asaeta hasta dejarnos en
los negros corrales de la muerte. Baudelaire nombra al reloj: dieu sinistre,
effrayant, impassible[1]…".





Alegoría.

Puerca es la vida, porque nos hace creer que algún día seremos absolutamente felices.

Mientras el mundo gira y somos aplastados por nuestro snobismo y triturados por nuestras carencias el círculo vital se va cerrando entre las apariencias.

Solo nos está quedando el suicidio y aun así esta mal visto.

Perder la comodidad y ver que los otros la desperdician es abominable.

Tomar conciencia de nuestras ineptitudes e instalarnos debajo de la higuera es autorreprochable.

Sentir la superioridad por no saber mostrar otra cosa que la verdad es incongruente.

¿Feliz año nuevo? Bienaventurados los que soportan sus tragedias con serenidad.

"¡Ay! ¡Generaciones de mortales: vuestra existencia es a mis ojos como la nada!"

"...Con tu destino como ejemplo, desgraciado Edipo, no creo feliz ninguna vida humana". (Edipo Rey).

Solamente sean fuertes ante la injusticia diaria, pero no se preocupen que en dos o tres siglos ha de mejorar todo.

[1] Dios siniestro, horroroso
e impasible

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